Beatriz García Traba: «El desierto es un lugar privilegiado para escucharte por dentro y para —al vaciarte— escuchar lo que ese silencio te quiera contar.»
El pasado mes de mayo publicamos en Flores en el balcón el tercer poemario de la colección, ¿Con qué autoridad me arrebatas el alma?, que presenta una espiritualidad que nos interpela para reflexionar y entender nuestro papel en el mundo, y así comprender y afrontar mejor las encrucijadas vitales que se nos presentan.
A Beatriz García Traba (Aluche, 1968) hay muchas cosas que le arrebatan el alma. Doctora en antropología cultural y licenciada en historia de América es una persona inquieta, que ha vivido las emociones desde muchos prismas. En 1994 consigue una beca en el departamento de antropología de la Universidad de Antofagasta (Chile), donde se centra en el estudio de la lucha política aimara en los diez años previos a la aprobación de la Ley Indígena. Recoge el proceso, entrando en contacto con toda la dirigencia aimara del norte de Chile y viviendo momentos de gran tensión política a pesar de la salida de Pinochet del poder.
Aunque estudió en un colegio religioso, proviene de una familia no creyente y es durante su estancia en Chile, estando en un pueblito de la quebrada del desierto de Atacama, donde se produce su conversión al cristianismo. Después de su conversión y tras varios trabajos relacionados con su profesión, Beatriz indaga cómo encontrar su lugar dentro de Iglesia. Su participación en proyectos sociales es fuente de inspiración en su escritura. Forma parte del movimiento de la Revuelta de mujeres en la Iglesia, un proyecto de teología feminista e inclusivo con todas las identidades dentro del entorno religioso con la horizontalidad y diversidad que se muestran en las escrituras.
En 2010 entra en contacto con el zen, y es gracias a este cuando comienza a escribir. No se trata de una vocación de escritora sino de una necesidad vital. Toda su escritura está ligada a esta experiencia de silencio y búsqueda interior. ¿Con qué autoridad me arrebatas el alma? con prólogo de Nano Crespo, editado en la colección Flores en el balcón —coordinada por Irene Nicolás Martínez, de Cicely Editorial— recoge una selección de sus poemas. Hemos tenido la oportunidad de conversar con Beatriz y entrar en las líneas de su poemario.
Este libro, como tantos otros, no empieza en el momento que te sientas a escribir, comienza hace mucho, como parte de un viaje de autodescubrimiento y de cambio de punto vista mira en un espacio tan inspirador y simbólico como el desierto de Atacama, ¿cómo comenzó este viaje que ha conformado el poemario?
Es verdad. El norte de Chile, Antofagasta, donde realicé mi tesis doctoral, fue un antes y un después. Supuso una ruptura muy fuerte en mi vida. Yo tenía veinticinco años entonces y pasé prácticamente un año allí sola. Inscrita en la Universidad de Antofagasta, sí, pero sola, porque los antropólogos trabajamos solos —a diferencia de los arqueólogos—. Entonces, ellos me pusieron en contacto con las dirigencias aimaras de la zona de Iquique para realizar mis investigaciones sobre política y a partir de ahí empecé a viajar de manera continuada al desierto. Pasaba temporadas largas a 2000 metros o a 4000 metros. En todo ese periodo, que yo trabajaba con la dirigencia indígena, Pinochet acababa de salir del poder, pero seguía muy fuerte en las fuerzas armadas, como mi tesis era política, esto suponía un conflicto importante y en muchas ocasiones me sentí en peligro.
¿De qué trata tu tesis en concreto?
El título de la tesis es «El discurso político de las organizaciones aimaras en el norte de Chile», define el objeto de mi investigación. Durante un año recogí todo el proceso de lucha de la comunidad hasta la consecución de la Ley Indígena que se había aprobado un año antes de llegar yo. Trabajaba con los aimaras, recogí cómo se habían organizado, qué grupos habían surgido y quiénes eran los dirigentes principales. Hablé con todos ellos, recogí sus testimonios y de ahí surgió la tesis. Claro, como trabajaba con dirigencia en un momento en el que justo el año anterior había sido el movimiento zapatista en México, pues estaba todo muy revuelto. En todo ese contexto de lucha indígena, en una de las visitas que yo hago al interior del desierto y estando sola, se produce mi conversión al cristianismo. Y paso de cero a cien. Es decir, de ser radicalmente atea, sin una fisurita, atea clásica de manual, a creyente convencida.
Tu fe cristiana se ve atravesada por el misticismo y también por una posición crítica hacia algunos aspectos estructurales de la Iglesia católica. Al comenzar a creer en la edad adulta siendo profundamente atea, me parece que tienes una posición muy interesante al respecto. ¿Qué puedes contarnos sobre tu interpretación y activismo social desde las enseñanzas de las escrituras?
Yo era atea radical. Mis padres me llevaron a un colegio religioso siendo no creyentes y yo salí de allí absolutamente atea, convencidísima, por una educación muy represiva, muy dura, muy estricta. En el desierto se produce esa conversión, que es un encuentro muy fuerte con Dios, no buscado, no querido y de ahí paso de cero a cien. Pero eso se queda como dormido durante algún tiempo y no tiene consecuencias literarias de ningún tipo. Es un encuentro profundo, fuerte, que transforma mi mirada y mi manera de estar en el mundo. Yo ya era una persona muy inquieta y muy poco convencional. Eso se reafirma después de sentir esto, pues mi vida todavía va a ser quizá más azarosa. Y se produce esa conversión, y mis amigos y mi familia flipan, se enfadan porque me quiero casar por la Iglesia. En fin, pues este tipo de cosas. O sea, todo al revés que todo el mundo…
Y eso comienza a situar tu inquietud por la escritura.
En realidad, eso fue un poquito más tarde. Hace quince años vuelvo al desierto de Atacama con mi marido y con mis hijos, entonces pequeños. Durmiendo en el desierto vuelvo a tener un fuerte encuentro y eso me lleva a iniciar una búsqueda que dura un año y que me conduce al zen; porque dentro de la Iglesia católica no encontraba como alimentar esa experiencia. Curiosamente, el zen me lleva de vuelta a la Iglesia católica ya que la mayoría de los que practicamos en la escuela Zendo Betania (Guadalajara) somos cristianos. Cuando llevo un año practicando zen, comienzo a escribir como una necesidad vital. En el zen no hay objeto de meditación, es un camino espiritual muy fuerte que lleva al olvido de sí. Es olvidarte de que existes como individuo y situarte. Y para eso necesitas quitarte tú, tu pequeño yo, tus aspiraciones, tus neuras, tus sentimientos, tus emociones. Como volver a tu origen, volver a dejarte ser.
Entonces comienza una necesidad de volcarlo en palabras, buscar un lenguaje, un estilo. Los primeros textos son patosos, digamos, sin saber cómo encontrar la forma, pero según pasa el tiempo me siento más cómoda en mi forma de escribir.
Otro viaje al desierto que es importante para ti fue al desierto del Sahara (la foto de la portada del poemario está tomada allí). ¿Cómo es tu relación con el desierto como espacio natural y de exploración personal?
Este viaje fue importante por varios motivos. Por un lado, allí comenzó el encargo de recoger todo el trabajo realizado por los misioneros Oblatos de María Inmaculada desde que llegaron al territorio en el año 1954 hasta la Marcha Verde de Marruecos, en la que se invade esta zona. Los misioneros fueron los únicos españoles que se quedaron en el territorio (no se les pudo obligar a salir porque era Roma quien decidía, pero sí se les hizo firmar un papel que eximía a España de responsabilidad en el caso de que los mataran). El trabajo que realicé fue similar al de mi tesis doctoral ya que incluía material inédito del archivo de los oblatos y entrevistas a todos los misioneros que quedaban vivos y habían pasado por allí, también entrevisté a los saharauis que han mantenido su amistad con la misión durante los últimos cuarenta años. Uno de los poemas del libro está escrito allí, en esa duna:
Me has regalado un sonido nuevo, sutil y poderoso:
partículas de arena que al volar
pronuncian tu nombre.
El desierto es paradójico, por un lado, tenemos la idea de que está deshabitado, pero grandes ciudades se asientan en él: El Cairo, Iquique, Antofagasta, Riad… Es ya por tanto confusa la idea de vacío y concentración humana. Por otro lado, cuando nos alejamos un poco nos encontramos rápidamente con lo que entendemos por desierto en nuestro imaginario colectivo: un lugar carente de vida y peligroso.
Había veces que salía al desierto de excursión con un amigo arqueólogo y su mujer. Llevábamos sangüichitos y cervecitas para tomar, poníamos una sombrilla y pasábamos el día disfrutando del silencio más absoluto: en el desierto apenas hay vida y por tanto no te distraen ni los pajarillos, ni las ramas de los árboles, ni nada de nada… El desierto es un lugar privilegiado para escucharte por dentro y para —al vaciarte— escuchar lo que ese silencio te quiera contar. Aquí es más fácil que la parte espiritual del ser humano —si la dejamos— se manifieste. Somos cuerpo, mente y espíritu y esta última realidad está camuflada por el ruido que nos rodea. En el desierto no hay donde esconderse y por eso es un lugar privilegiado.
El desierto es oportunidad y peligro, tanto por la violencia del entorno (sin agua, sin una orientación clara en caso de que te pierdas…) como por la evitación de los pensamientos que te muestran tal cual eres. El desierto para mí es vida, es oportunidad de encuentro, es una vuelta a casa, al útero materno que te envuelve y protege de la violencia exterior. Por eso los busco y necesito.
Al no poder acudir geográficamente a ellos con la frecuencia que desearía, inicié una búsqueda que me condujo al zen: mi desierto cercano, no geográfico, pero sí espiritual. Un lugar interior donde de nuevo no existe el tiempo ni el espacio, donde todo se puede dar y recibir. Un lugar donde despojarse de todo aquello que no sea verdad.
También realizas un «Taller de silencio» con las mujeres de la cárcel de Soto del Real que han inspirado algunos de tus poemas. Participas en muchos proyectos sociales que han sido fuente de inspiración en tu escritura poética, cuéntame más sobre ellos.
Sí, fue a través del sitio donde yo practico zen, Zendo Betania en Brihuega, donde hay unos grupos que van a las cárceles. Yo conocí gente que había estado presa durante el régimen de Pinochet que me ayudó mucho en su día y me quedé con la idea de que en algún momento ayudaría a la gente que está en prisión. Entraba todos los lunes por la tarde con otro compañero en la cárcel de Soto del Real y hacía un taller de silencio con las mujeres. Para ellas era como encontrar libertad allí. Ellas decían que cuando hacíamos el taller se olvidaban de dónde estaban y que por un tiempo notaban que eran libres y que nada les podía dañar o limitar. Incluso algunas comentaban que eso tampoco lo habían sentido fuera, esa libertad interior, ese núcleo que nadie puede tocar. El origen de lo que eres. La experiencia ha sido muy buena, muy potente y de hecho sigo teniendo contacto y amistad con algunas chicas una vez que ya han salido de prisión.
Para mí el silencio es una vía muy potente de comunicación con Dios, en el silencio puedo abismarme y volar, puedo escuchar, comprender, conocerme y conocer mejor a los que me rodean. El silencio contemplativo me lleva también a preocuparme por todo lo que me rodea, es mi alimento y mi impulso hacia el exterior.
La palabra “poemita” se repite en el prólogo y a lo largo del libro, al principio me sonó como parte de un síndrome de la impostora, pero luego lo asocié con los salmos en su concepción métrica y conceptual.
Sí, son herederos directos de los salmos. Cuando yo buscaba cómo escribir, en realidad no buscaba cómo escribir, mi poesía es oración. Lo que yo hacía con las chicas en la cárcel, cuando en las lecturas del día veía cómo se unían de alguna manera lo que se dice en el Evangelio, con lo que yo vivía con ellas en la cárcel, es oración. Cuando salía algún salmito en relación con la pederastia, es oración. Muchas veces no sabía cómo expresarlo y entonces leía algo en el Antiguo Testamento o en el Nuevo Testamento y decía “qué horror”. Esto que está pasando en Estados Unidos o lo que se ha destapado en Canadá o lo que ha salido en Australia.
Acabo de leer En busca de mi elegía, el compendio de poemas de Ursula K Le Guin, y no he podido evitar sentir lugares afines entre ambas formas de entender la mística de la cotidianidad, ambas tenéis impregnada esa sensación de fijarnos en lo sencillo y lo cotidiano como lugar desde el que crecer y explorar nuestro entorno personal y social.
Hace años escribí un poema en el que me definía como mística de barrio. Muchos de mis poemas están escritos en el parque de Aluche, después de pasear y conversar con la gente. Lo que yo hago cuando escribo es extraer el jugo de lo que veo. Dentro de todo lo que yo he vivido, de lo que he visto en el parque, paseando por la Gran Vía, leyendo la prensa, incluso viendo una película o leyendo a otros autores.
Para escribir dos líneas, un salmito, tardaba hora y media. Trataba de traducir con palabras lo que mi corazón había sentido. Había cosas muy fuertes y las intentaba reflejar. Otras veces salían cosas que había vivido días anteriores y justo la lectura del Evangelio de ese día desencadenaba un poema.
Hay dos de tus poemas con los que yo he conectado, ambos se encuentran en la primera parte del poemario que es la que conforma un grupo de poemas asociados al proceso de búsqueda, en concreto los de la página 21 y página 24. ¿Qué reflejan para ti?
El poema que está en la página 21 refleja la búsqueda absurda en la que nos embarcamos en nuestra vida cotidiana, creyendo que lo que vemos y se nos ofrece es lo “real”. Gastamos la vida persiguiendo una posición social, unas metas, una imagen… Sin darnos cuenta de que lo esencial —el misterio de lo que realmente somos— se nos escapa y olvidando que venimos a este mundo con fecha de caducidad. Por tanto, cada segundo que desaprovechamos es un tiempo que perdemos en vivir la vida verdadera, en descubrir el motivo por el que estamos aquí. Esta primera parte es espiritual e intenta relatar lo que sentí en ese encuentro de conversión. El último párrafo habla de mi experiencia real en el desierto de Atacama en la zona de Iquique. Recuerda los problemas que tuve y cómo vi que todo podía terminar en cualquier momento. En ese descubrimiento y abandono se produjo la conversión: «y desperté a una realidad impactante, infinita, clara y sincera». Por tanto, lo visible, lo cotidiano (mi trabajo, mi vida diaria…) me lleva a lo invisible y de nuevo a lo visible, pero con la mirada transformada.
El poema de la página 24 refleja también ese momento de conversión donde el tiempo y el espacio desaparecen, donde entras en otra realidad en que la vida y la muerte quedan igualadas. Tras ese encuentro y descubrimiento todo se vuelve transparente y se llena de luz «los cerros resplandecen y las hojas bailan» (aunque parezca raro esta parte es literal: las hojas bailan y se acompasan mostrando música). Los contrarios «el sol no se pone, nada se mueve y todo fluye» remiten a esa experiencia de unidad. Y, la experiencia mística de encuentro con Dios «en medio de todo estamos solos».
En vano corremos tras el viento intentando
atraparlo
y sin aliento perseguimos al sol ignorando su ocasobuscamos la vida sin pensar que la muerte también
nos busca
y nos enredamos escalando montañas llenas de
huesospero un día el aliento de la muerte rozó mi cuerpo
y desperté a una realidad impactante, infinita, clara
y sincera.
Llévame al país donde el tiempo no existe
donde no hay vida ni muerte
donde los cerros resplandecen y las hojas bailan.
Llévame donde todo brilla
y el sol no se pone donde nada se mueve
y todo fluye.Llévame allí donde en medio de todo estamos solos.
Lee aquí las primeras páginas de ¿Con qué autoridad arrebatas mi alma?
Es muy difícil hacer buenos poemas. Contar en pocas palabras. Tienes que buscar justo la palabra exacta para lo que quieres decir.
Sí, sí. Entonces había veces que me salían, yo qué sé, pues cinco versos y yo decía: aquí sobra. A veces era limpiar hasta encontrar la manera más condensada, más corta. También era una obsesión que el lenguaje no fuese «religioso». Que cualquier persona pudiese sentirse cómoda con lo que estaba leyendo y llevarlo a su terreno, independientemente de que creas o no creas. Hay un cierto lenguaje, a veces, que, si no eres muy religiosa, pues no te sientes cómoda. Como yo provengo del ateísmo sé muy bien lo que produce rechazo, para mí era una obsesión que alguien como Irene o Diana de Cicely Editorial lo pudiese leer, lo pudiese disfrutar. Lo pudiesen sentir. Hacerlo suyo. En su día me preguntó Irene que, si era casualidad esa manera de escribir lo vivido en un lenguaje religioso accesible y le dije que no, que es algo muy buscado, muy trabajado.
¿Cómo llegas a Irene y a Flores en el balcón que termina en la publicación de ¿Con qué autoridad me arrebatas el alma??
A Irene y a mí nos unió la pandemia. Coincidimos trabajando juntas durante un año, aunque tampoco tenía mucho contacto con ella porque fue un año muy loco. Me enteré de la publicación del libro de Irene, Espigas y Olivos, en la editorial Amarante. Nos envió un enlace con una entrevista que le hicieron y me enamoré. Entré en shock. Pero ¿es esa tía que va corriendo por los pasillos todos los días?
Entonces en un arranque de «Oh, Dios mío, quiero tu libro, por favor» pues le dije yo también escribo. Y me dijo que le pasase unos cuantos poemas. Le pasé cinco o seis páginas, y para mi sorpresa se los leyó y le llegaron. Para mí fue una cosa sorprendente, fue un descubrimiento. Que todo ese esfuerzo que yo había hecho por limpiar de palabras sobrantes y de cualquier lenguaje que pudiese entorpecer mis poemas le llegasen con esa fuerza. Eso se quedó ahí, y este año, ella me dijo que había empezado a trabajar como editora para Flores en el balcón y que quería editarlos. Yo ese verano me había sentado y los había ordenado. De alguna manera pensaba que eso en algún momento tendría que salir a la luz, porque quedárselo para uno no es bonito. Si tú escribes y sabes que gustan, pues qué menos que intentar mostrarlos y luego, bueno, pues ya el recorrido que tengan.
Claro, eso es lo que es la literatura, un lugar de recogimiento. Todos nos hemos salvaguardado en un libro.
Claro, en un principio me daba vergüenza, era como desnudarme. Eso estaba escrito de manera anónima, desde la reflexión, Y bueno, pues sorprendentemente lo había organizado, con lo cual lo tenía. Irene me amenazó varias veces porque no se lo entregaba. Es de las experiencias más bonitas que he tenido en mi vida, escucharle a Irene cómo los había hecho suyos. Cómo los leía, desde dónde los leía, lo que le provocaban y la sensibilidad tan enorme que tiene para escuchar otra música.
¿Qué tal la experiencia de publicar con Cicely y como ha sido el proceso de la edición del libro?
Lo he vivido como un regalo, como un regalazo, La relación con Irene y Diana, cómo ellas han leído los poemas y desde dónde. Ha sido ir de asombro en asombro y agradecimiento, mucho agradecimiento. También ha sido una sorpresa ver que Marina Kaysen o que Javier Navarro Soto-Egea utilizaban también el lenguaje religioso. Ellos lo utilizan más casi que yo, sin ser ellos creyentes. Igual que Irene o Diana o tú que lo habéis leído desde fuera de la religión, lo sorprendente es que, por ejemplo, la poesía de Marina Kaysen llega mucho a la gente religiosa. Qué curioso, ¿no? Cómo de repente unos hemos llegado a otros en una especie de hermanamiento cruzado que jamás se hubiese dado. Entonces, a mí eso me ha provocado muchísima alegría.
Eso es muy bonito y hace muy interesante el diálogo de todos los poemarios hasta ahora editados de Flores en el balcón
Claro, como se han cruzado esas experiencias que en principio parece que están en dos esferas separadas. El cuidado que ha puesto Diana en la edición, el cuidado de Irene. Cuando le mandé el capítulo de la cárcel, como es muy especial y yo quería que se leyese desde ahí, puse un pequeño pie de página y entonces Irene me dijo «Ay, qué bonito, ponme un pie de explicación en todos los capítulos». Ese trabajo de Irene, de forzarme a situar lo que yo he escrito, que ella me obligase a releerlos desde otra posición. Pues me ha gustado mucho, o decir ¿y qué ponemos de portada?
La foto de la portada, que eres tú en el Sáhara ocupado, en el antiguo Sáhara español, caminando por una duna, que te transporta al poemario, y luego el tema de los pies en cada poema, me parecen muy interesante porque resitúa la lectura. Todo el mundo lee desde el yo, pero al tener un pie para saber dónde estabas tú en ese momento de escritura es muy interesante para una segunda lectura desde la posición de la autora.
Ahí también me surgió preguntarle a Irene, puesto que se editaba en Cicely, si dejábamos las lecturas que habían desencadenado o que se imbricaban con el salmito que yo había escrito. Mateo, Lucas, Marcos, lo que fuese. Y la verdad es que agradezco mucho a Irene con esa espontaneidad que ella tiene: «Déjalo, ¿por qué lo vamos a quitar?». Y eso ha sido también un regalo. No tener ningún tipo de prejuicio, era como dejar ahí esa puerta abierta para quien quiera rebuscar.
La poesía como respuesta a una llamada, como espacio de reflexión y contención. La búsqueda de la palabra exacta, para entender mejor lo doméstico y lo místico. La poesía de Beatriz García ilumina, a través de sus versos nos comparte y acompaña en su manera de entender el todo y su mundo.
«No es la luz lo que me deslumbra, sino su ausencia.»
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