Este esencialismo del que mama la voz poética invita a la repetición de conductas que se consideran propias y naturales de los hombres y las mujeres. Dentro de esa repetición impuesta, siempre hay un margen para la desviación. Ahí habita la voz de Salce, en las prácticas poéticas que se alejan de la matriz heteronormativa, del esencialismo, del binarismo, y que construyen nuevas formas de estar en el mundo, debilitando, así, el poder disciplinador de la educación, de la estructura familiar y del catolicismo.

Del prólogo de Andrea Abreu

Hambre y mujer es un estallido poético que desafía con cada verso las formas heredadas de amar, de sufrir, de existir.

Saray Salce se interna en el cuerpo y en la lengua con una voz que aúlla, ríe, escupe y acaricia. Primero el hambre —el deseo atravesado por la carencia, por los cuerpos que dañan, por el amor que muerde—. Luego la mujer —el goce, la herida que se cierra, la ternura insumisa que funda otras genealogías—. Esta es una escritura que no se disculpa ni se calla: brota con la fuerza de lo que ha estado demasiado tiempo contenido.

Aquí hay humor y vísceras, crítica feroz y ternura luminosa, una danza entre la rabia y el deseo que hace temblar el lenguaje. Hambre y mujer es una celebración de lo que florece en medio del escombro. Una poesía valiente que sabe, como la autora, que «una costilla es lo más sabroso porque la puedes chupar».